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El Espejo de Obsidiana




“¿Quién soy?”…

Esta pregunta que cada vez su respuesta aparenta ser distinta a la anterior. Incluso el cuestionamiento detona más preguntas que tampoco tienen una respuesta: “¿Soy bueno?, ¿Soy malo?, ¿Soy exagerado?, ¿Excesivamente sensible?”. Estos cuestionamientos tratan de atender la ansiedad del autodescubrimiento o el motivo de la propia existencia. Sobre todo en esas temporadas donde la rutina nutre la monotonía; o cuando la voluntad y el entusiasmo están atormentados debido a algún contexto social o personal.

En primera instancia puede ser frustrante, pero hay una linda reflexión personal creada a partir de varias experiencias.

Socialmente hay un estímulo exigente que establece etiquetas y expectativas con las que la mayoría de las personas coexisten diariamente. Al grado que estas etiquetas y expectativas pueden producir una sensación de deber o necesidad de atenderlas. Entonces, cuando aparece el cuestionamiento “¿Quién soy?”, es muy común recurrir a esas ideas porque, representen o no, están en el “top of mind”. Y por supuesto, en ocasiones, usando alguna de estas etiquetas puede haber una sensación de calma por haber encontrado la respuesta. El problema es que puede acabar en una ‘simplificación’ del ser. Porque hay que entender que el ser humano es de alta complejidad; simplificarlo, sería reducir a una etiqueta que tal vez solo fue parte de una persona en un determinado punto del tiempo y nada más.

Desconocía la existencia y la mística detrás de los espejos de obsidiana. El tallado de esta piedra volcánica era muy común en las civilizaciones antiguas de México. Se dice que los aztecas, y otros más, lo utilizaban para crear espejos que invitaban a ver “más allá” de la simple reflexión. Lo hermoso de este reflejo son sus lagunas sombrías que complementan la imagen de quien se presenta ante el “Espejo Azteca”. En contraste, un espejo convencional da una imagen aparentemente precisa de quien lo observa.

Responder a la pregunta “¿Quien soy?” puede ser como presentarse ante un espejo convencional que refleja una imagen completa y precisa. Pero eso es solo la superficie, la imagen es bidimensional y simple. Resta toda profundidad y contenido intangible. Sería como llenar ese vacío con una etiqueta que no encaja plenamente en el reconocimiento completo del ser.

Hacer la pregunta “¿Quién soy?” enfrente de la obsidiana trae consigo una penetrante reflexión. En ese reflejo habrá lagunas y vacíos. Habrá imágenes sombrías y más preguntas. Pero, a diferencia de una imagen simplificada, habrá honor a la profundidad del ser humano. Habrá la oportunidad de reconocer que esas lagunas y esos vacíos son parte del ser. Que justo es a través de esa característica humana que la realidad está llena de potencialidad.

Hay que abrazar ser complejos. Abrazar la propia obscuridad. Abrazar que las inquietudes motiven la creatividad.

En esta reflexión solo hay una pequeña parte de la suma de varias experiencias personales, familiares y doctrinas que hicieron sentido en conjunto en este momento y junto con el deseo de compartirlas con mucho cariño. Te abraza, Fer.


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